Transitividad (filosofía)

De borradopedia
Ir a la navegación Ir a la búsqueda

El artículo sucumbió a un borrado rápido. Ver el registro de borrado en Wikipedia

En el ámbito de la filosofía, el concepto de “transitividad” se entiende como una relación entre tres proposiciones, en la que si alguna es implicada por una de las otras e implica la restante, entonces esta última es implicada también por la otra. Ejemplo: Si A es mayor que B, y B es mayor que C, entonces, A es mayor que C. Esto, aplicado a la ética, deriva en una relación de “mejor que” o “preferible que”, en el sentido de que se llega a asumir axiológicamente que si A es mejor que (o preferible que) B, y B es mejor que (o preferible que) C, entonces, A tiene que ser mejor que (o preferible que) C. Esto ha sido algo asumido durante mucho tiempo, hasta tal punto que se ha llegado a considerar como una regla lógica o que la transitividad está dentro de la idea de “comparación”. Pero esto está empezando a ser cuestionado desde hace unos años ya que muchas de nuestras intuiciones son intransitivas. Cuando hablamos, pues, de transitividad nos estamos refiriendo a la teoría del valor dentro de la ética ya que al fin y al cabo lo que hacemos es comparar “qué es más valioso”, aunque los problemas de transitividad también aparecen en el campo de la ética normativa.

La comparabilidad

Cuando comparamos distintas cosas lo podemos hacer en función de distintos factores. En ética hay dos tipos de comparabilidad, la de la teoría del valor y la de la teoría normativa. La primera consiste en que dos o más cosas son comparables con respecto a su valor si es posible estimar si una cierta ocurrencia de una de ellas es más o menos valiosa que una cierta ocurrencia de otra. Un ejemplo de esto sería cuando decimos que el amor es más valioso que el dinero o viceversa ya que le estamos dando más peso o anteponiendo una a la otra. La segunda es que dos o más prescripciones son comparables en lo que toca a su importancia si es posible estimar si el seguimiento de una de ellas debe primar o ceder ante el seguimiento de otra. Un ejemplo de esto sería, teniendo las prescripciones de “no mentir” y “no dañar a nadie”, darle prioridad a una u otra porque nos parezca más correcta o importante.


No comparabilidad

En el problema de la comparabilidad, es importante distinguir entre la incomparabilidad y la no comparabilidad, ya que estos términos hacen referencia a dos problemas muy distintos del problema que conlleva la comparabilidad. La no comparabilidad se produce cuando estamos ante dos términos que no tiene sentido comparar con respecto a un cierto atributo porque no son la clase de cosas de las que se predique este atributo. No se pueden comparar dos términos en base a una cualidad que no poseen. Por ejemplo, no tiene sentido comparar una papelera y las obras de Cervantes con respecto a la capacidad de saltar o de cantar, ya que no son la clase de cosas que posean esas cualidades.

La incomparabilidad

La incomparabilidad aparece cuando llevamos a cabo una comparación entre dos o más elementos y no somos capaces de estimar cuál de ellos es más o menos valioso que el outro. La causa de no poder llevar a cabo esta comparación se debe a una falta de elementos comunes. Un ejemplo de la incomparabilidad podría ser tener que elegir entre la mejor novela y el mejor libro de poemas. Las dos son obras de arte, las dos son obras literarias y las dos son las mejores dentro de su propio género. Sin embargo, la forma en que se manifiestan esas dos obras (narrativa y poesía) hace que sean incomparables.


La comensurabilidad

En las teorías del valor, definimos conmensurabilidad como la posibilidad de estimar conforme a una misma unidad de medida si la ocurrencia de uno u otro valor es más o menos valiosa que la ocurrencia de dicho otro. Algunas posturas axiológicas defienden que es posible realizar una comparación entre los distintos valores de acuerdo a una escala numérica. Son, por tanto, valores conmensaurables. Sin embargo, otras posturas defienden que, aunque comparables, resulta imposible asignar una unidad de medida común a estos valores. Este sería un caso de inconmesurabilidad. El término incomensurabilidad designa la situación que se da cuando hay valores que no son conmensurables, es decir, no pueden reducirse a una escala de valoración cardinal común. Un ejemplo de inconmensurabilidad sería el siguiente: ante la comparación entre la Novena sinfonía de Beethoven y Los hermanos Karamazov de Dostoyevski, podríamos encontrarnos con dificultades a la hora de asignar un valor cardinal según una unidad de medida en común y aún así considerar que una de las dos es más valiosa que la otra, aunque no sepamos calcular con precisión exacta en qué medida esto es así. En el plano normativo, la conmensurabilidad resulta un hecho bastante intuitivo. En este sentido, podríamos definir la conmensurabilidad como la posibilidad de estimar segundo una misma unidad de medida la primacía del seguimiento de una prescripción respecto a otra.

Triunfos

Existe un modo de defender que dos valores sean comparables pero no conmensurables y que asimismo evita los problemas que pueden surgir al rechazar la conmensurabilidad. Consiste en aceptar que un valor (en teoría del valor) o una prescripción (en teoría normativa) prevalece siempre sobre otros valores o prescripciones y son conocidos como triunfos. Por ejemplo, si consideramos que el placer que se recibe con un masaje es un triunfo, ese placer siempre será mayor (en cualquier medida, por mínima que sea) que otro placer. Como consecuencia de esto, aunque rechacemos la conmensurabilidad, podremos elegir qué valor prevalece sobre otro ya que uno siempre impera sobre el resto.


Discontinuidad

Antes de explicar lo que es una discontinuidad es necesario hacer referencia a las teorías deontológicas del umbral. Estas posiciones aceptan que las normas deontológicas sean triunfos hasta un cierto punto, pues permiten su incumplimiento cuando lo contrario puede llevar a catástrofes. En el caso de las discontinuidades, estamos ante una especie de triunfo parcial, que resulta válido solamente hasta o a partir de un cierto punto. Podemos hacer una distinción entre dos discontinuidades dependiendo del campo al que se apliquen: Discontinuidad (teoría del valor): hay discontinuidad entre dos valores se uno de ellos prevalece como un triunfo sobre lo otro a partir o antes de un cierto umbral. Discontinuidad (teoría normativa): hay discontinuidad entre dos prescripciones se una de ellas prevalece como un triunfo sobre a otra a partir o antes de un cierto umbral. El caso del deontologismo del umbral pondría un límite “por encima” a la aplicación del umbral, pero hay casos en el que el umbral pondría un límite “por debajo”. Por ejemplo, supongamos que aceptamos la idea de que hay placeres superiores que son triunfos sobre otros que son inferiores. Según esto, disfrutar de cinco minutos del juego del ajedrez podría tener más valor que disfrutar cientos de años de sexo. Sin embargo, si en vez de ser cinco minutos de ajedrez fueran solo cinco segundos tal vez a conclusión sería distinta. El motivo sería que en ese lapso de tiempo tan breve no daría tiempo aún a uno disfrutar pleno de placer intelectual. Así la posición discontinua podría decir que solo a partir de una cierta cantidad e intensidad los placeres superiores serían realmente superiores.

La intransitividad

Existen distintos ejemplos en los cuales la relación de preferencias tiene la forma A<B<C<A. Esto es, consideramos que A es mejor que B, que B es mejor que C, pero que C es mejor que A. En estos casos nos encontramos con que nuestros conjuntos de preferencias son intransitivos. Además, asumir la transitividad en este tipo de casos nos llevaría a resultados contra intuitivos. Ilustremos esto con un ejemplo: supongamos una situación A en la que nos torturan de forma horrible durante un año, y una situación B en la que la tortura es un poco más leve, pero dura tres años. A la hora de comparar estas dos situaciones, la mayoría nos decantaríamos por la situación A. Añadamos ahora la situación C, en la que la tortura es un poco más leve que en B, pero dura nueve años. De nuevo, a la hora de comparar, la mayoría preferiríamos la situación B. Supongamos que seguimos así consecutivamente hasta llegar a la situación Y, donde sufrimos un dolor mínimo pero que dura una cantidad de tiempo inmensa. Comparamos Y con Z, donde la molestia es solo un poco menor pero dura el triple. Por el mismo motivo que B es peor que A, entendemos que Z es peor que Y. El problema surge a la hora de comparar A con Z, pues la mayoría asume que A es peor que Z. Sin embargo, por transitividad, la relación tendría que ser que Z es peor que A.