Salvador Bienpica y Sotomayor

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El egregio Obispo Angelopolitano fue el último del Siglo XVIII y primero del Siglo XIX. Perteneció a la Orden de Calatrava, y fue natural de Ceuta, Ciudad Española, situada en la costa de Marruecos, donde nació el 5 de febrero de 1729, de ilustres padres gallegos.

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Fue Colegial en el Militar de la Orden de Calatrava y de la célebre Universidad de Salamanca, donde estudió Jurisprudencia y obtuvo Borla de Doctor en Cánones.

Ordenado de Sacerdote y después de haber hecho un viaje a Italia, pasó a la Nueva España a mediados del Siglo XVIII, según parece con una Canonjía de la Santa Iglesia Catedral de Valladolid, hoy Morelia, en la Diócesis de Michoacán, donde ascendió a las Dignidades de Maestrescuelas y Chantre; Regresó a España nombrado Canónigo de la Santa Iglesia Catedral Metropolitana de Toledo, en donde también fue Prior de San Benito.

El 21 de septiembre de 1789, fue presentado por el rey Carlos IV de España, a la Santa Sede Apostólica para la Sede Episcopal de Puebla, qué desde el mes de enero de ese mismo año, se encontraba vacante por fallecimiento de su anterior prelado, siento confirmado su nombramiento por S. S. Pío IV (1775-1799), el 29 de marzo de 1790.

Fue consagrado en la S. I. Catedral de la Habana, en la isla de Cuba el 4 de julio de 1790, por el Ilmo. Sr. Obispo de San Cristóbal de la Habana Dr. Don Felipe José de Trespalacios.

El 17 de agosto de 1790, tomó posesión de la Diócesis de Puebla por poder otorgado, al entonces Dean del venerable Cabildo Angelopolitano Lic. Don Miguel Francisco Irigoyen.

Durante los meses de abril y mayo de 1797 procedió, a instancias del Señor Intendente de la ciudad y por expresa disposición del Prelado, a realizar la obra material del empedrado del Atrio de la Santa Iglesia Catedral, de lado queda al parque Central o Zócalo, siendo realizada la obra bajo la dirección del Maestro Albañil, Don Mayor de Santa María, inaugurándose en la solemnidad de “Corpus Christi” de ese mismo año, a principios del mes de junio.

Durante la epidemia de la viruela que, a fines de 1797 y principios de 1798, por espacio de varios meses, causó cientos de víctimas en la ciudad de Puebla, este Venerable Prelado con infatigable celo Pastoral, abnegada y ejemplar caridad cristiana, prestó su generosa ayuda, en muchas ocasiones personal, no sólo espiritual sino material, en favor de los enfermos, erogando notables cantidades de dinero de su propio peculio, ganándose, en esta edificante actuación, la admiración, el cariño y la gratitud de sus diocesanos, que recordaron en su persona la grata y Santa memoria de su Ilustre predecesor el Ilmo. Sr. Crespo y Monroy llamado con toda justicia el "Carlos Borromeo de Puebla".

Su memoria será “bendita y eterna”, como ha dicho justamente un esclarecido historiador, por la generosa munificencia con que emprendió y continuó las obras del Ciprés, del Tabernáculo y la Cripta de los Obispos de la Catedral Poblana, para cuyos gastos donó la cantidad de: 150,000 pesos, estando dispuesto, como él decía “a vender el pectoral y hasta la camisa por ver concluido una obra nueva en su género, en la entonces nueva España"; grandiosa empresa realizada conforme al diseño y bajo la dirección del célebre Arquitecto Valenciano, Don Manuel de Tolsá, hecha con piedras y mármoles exclusivamente poblanos y en la que brillan a competencia, el buen gusto, el arte arquitectónico y la magnificencia; cuyo suntuoso aspecto causa el asombro y la admiración de turistas y visitantes.