El poema Despedida de Celorio

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El poema Despedida de Celorio

Contexto histórico

Despedida de Celorio, escrito en 1835 o en años muy próximos, es un poema que recoge los angustiosos momentos vividos por el último abad del Monasterio de San Salvador de Celorio en la vispera y, sobre todo, la noche previa al día en que la comunidad religiosa fue exclaustrada. Los versos de este poema trasladan al lector los lúgubres pensamientos del primer fraile de Celorio entre la tarde del 27 de octubre de 1835 y la mañana del 28 de octubre de 1835. Cuando se producen los acontecimientos relatados en el poema solo habían pasado 17 días desde la firma de la Real Orden impulsada por el ministro Juan Álvarez Mendizabal.

El mayor valor de este poema está en la especial temática al no existir poemas contemporáneos sobre las consecuencias de la exclaustración alumbrados por los frailes que la padecieron. Es por ello un testimonio de primera mano. Es igualmente relevante la forma en la que envuelve al lector en la angustia del último abad de San Salvador de Celorio. El abad intenta buscar un motivo a la extrema situación en que vive su comunidad. La impotencia, la culpabilidad, la angustia, la incertidumbre todos estos sentimientos se van superponiendo verso a verso.

Contenido

El poema, encabezado con la cita de Ovidio “Est aliquid, fatale malum per verba levari » (Males comunicados son aliviados), comienza con una breve presentación de Celorio, y continúa con una elegía a Ramilio (tal vez un hipotético abad fundador) y sus tiempos de bonanza en Celorio. Brevemente se nos informa de los negros nubarrones que se ciernen sobre el monasterio “¿Al agudo dolor de que mi pecho / a la sazón se encuentra poseído, / viendo que ya está escrita la sentencia / del funesto destierro tan temido, / viendo el dulce vergel de las delicias / convertido en morada del afligido?”. Sigue el abatimiento del abad y de toda la comunidad informándonos de la ruina del despojo al que ya fue sometido el edificio. Especialmente dura es la descripción de la ruina del jardín del monasterio: “y lo encuentro cubierto ya de luto; / pues sus flores hermosas han salido / de él; que sin dejar ni las raíces / se dieron al primero que las quiso, / cual bienes de un país ya conquistado / cual si fueran hacienda de perdidos”. Posteriormente el abad busca refugio a sus penas y espera la noche ansioso en el prado viendo las olas que en un momento parecen querer engullirle. Esa noche llega pero no concilia el sueño, se viste para ir a la iglesia y en el claustro escucha los lamentos de su comunidad que salen de sus celdas. Ya en la iglesia Dios, enfurecido, eleva las olas sobre el templo y le hace conocedor de su indevoción, le indica que los sollozos llegan tarde y que el futuro del monasterio está determinado. Momentos después será la Virgen la que le transmita una esperanza que termina mezclándose con el humano temor en el momento en que el abad se retira a su celda. En este momento asume que será expulsado del monasterio y hace examen de conciencia, descubriendo que su única culpa ha estado en el descuido del culto y la rutina con la que asumía el mismo. Finalmente, tras una larga noche en vela, amanece y siente agitación en el claustro, lo que indica que los funcionarios estatales han llegado dispuestos a exclaustrar a la comunidad. Uno a uno los frailes en una escena de desolación terrible se despiden de su abad:”Uno a uno penetran en mi estancia, / a mi cuello se cuelgan afligidos, / y lo estrechan con lazo cariñoso, / y mezclando su llanto con el mío / el muy terrible A Dios ya me dirigen / mil veces del sollozo interrumpido, / que inhumano y cruel hiere de muerte / cual tiro de arcabuz el pecho mío”. Los últimos versos son para pedir consuelo a Ramilio y despedirse de él.

Soporte

El soporte físico en el que está escrito el poema es un librillo manuscrito de diez hojas, incluidas las portadillas que están confeccionadas en el mismo papel que las páginas que componen el cuerpo del poema. El librillo se compone de 16 páginas numeradas y manuscritas en una clara letra marrón. Termina con las iniciales F.F.A.P (lo que identifica al autor del manuscrito como Fray Alvito Petite (Fecit Fray Alvito Petite), el último abad del monasterio.

Descubrimiento y publicación del poema

Despedida de Celorio no se publicó tras escribirse. Fue publicado, 173 años después de ser compuesto por el último abad de Celorio, en un artículo del descubridor del mismo Salvador Fernández de la Cigoña Fraga[1] publicado por el Instituto Superior de Estudios Teológicos del Semirario Metropolitano de Oviedo, en su boletín Studium Ovetense en el año 2008.  

El poema

Filino a Ramilio Carta Elegíaca

Est aliquid, fatale malum per verba levari Ovidius Trist. Libr. 5º Eleg. 1ª


(Pág. 1) De la orilla del mar más proceloso

donde residen los hijos de Benito

próximos ya a huir y malhadados

dejar de la virtud el sacro asilo,

que Celorio se llama y se interpreta

Cielo de Oro, tal nombre ha merecido

lo hermoso y apacible de su clima,

el más suave y dulce, el más benigno:

nombre, que en si compendia la alegría

de su ameno variado y bello sitio:

nombre el más conveniente y adecuado

(discreta antigüedad se lo ha escogido):

desde aquí , dó en un tiempo el puro gozo,

el placer inocente ha resistido,

y hoy habita la angustia y desazones,

sinsabores y sustos repetidos,

(Pág. 2) y por la caridad de sus estancias

vuelan multiplicados los suspiros:

desde aquí hoy Filino, el sin ventura,

en verso rudo, tosco y desabrido;

cual conviene al disgusto en que se encuentra,

dirige sus lamentos a Ramilio.


A Ramilio, que en días más felices,

Siendo su más leal y caro amigo,

Hizo en la mayor parte sus delicias

Con su trato muy dulce, afable y fino:

y con mano maestra punteando

las cuerdas de su lira, mil sonidos

armoniosos formaba complaciente,

solo por recrear a su Filino.


¡Ay Dios; y cuantas veces fatigada

la estéril mente y seso de tu amigo

de sus serias tareas ha buscado

en tu pericia musical su alivio:

y luego recobrando un vigor nuevo,

volvía a lo empezado con ahínco,

y con feliz suceso, aún resonando

tu dulce y grata voz en sus oidos!


De ese modo en el valle Pintoresco,

Que habitaba aquel pueblo tan festivo,

sito en medio del Esla y Porma undosos

lo útil y lo dulce se han unido

(cual Horacio quería). Y tú, adunando

de tu voz regalada el eco fino

con el dulce laud, además hiciste

se sensibilizara el valle mismo

alguna vez. Y en frente de tu estancia

(Pág.3) pastores y pastoras reunidos,

y fijos en el suelo los cayados

absortos te miraron y han oído

largos ratos. Y en tanto sus ovejas

las unas bajo el árbol más sombrío

sesteaban tranquilas e inocentes:

y las otras, que libres se han sentido,

como es la libertad propensa a abusos,

licenciosas se fueron a los trigos.

Y las lomas que en torno al valle uuan

Repetían tus cantos expresivos.

Y a algún rasgo patético de ellos

se habrán el Esla y Porma conmovido:

y aún acaso su curso impetuoso

suspendieron a un tiempo los dos ríos.


¡Ay que tiempos aquellos de bonanza!

¡Ay que risueños días amigo!

¿Qué se hicieron?¿Donde van? ¿Por qué uno de ellos no vuelve a dar alivio al dolor mío?

¿Al agudo dolor de que mi pecho

a la sazón se encuentra poseído,

viendo que ya está escrita la sentencia

del funesto destierro tan temido,

(Pág.4) viendo el dulce vergel de las delicias

convertido en morada del afligido?


Tú habitador feliz en otro tiempo

de la que hoy es mansión de tu Filino

si ahora aquí te hallases exclamarás:

¡Buen Dios: quien hoy la ve; y quien la vido!


No es Celorio en efecto el que antes era,

Asilo donde virtud de los peligros

a guarecerse fue, y alegre pasa

sus días los más gratos y tranquilos.


Ni suenan en sus bellas galerías

Los cantos inocentes y festivos

Que juventud florida y religiosa

Entonaba en las horas de su alivio.


Todo es ya triste aquí, todo disgusto,

Todo un mustio silencio, caro amigo:

cada objeto de cuantos rodean

nuevo dolor añade al dolor mío.


Si la vista dirijo a mis hermanos

al instante les noto humedecidos

sus ojos con el llanto: y macilentos

sus semblantes: y tristes y abatidos,

los veo en las crujías cabizbajos,

hechos imagen viva del conflicto.


Si queriendo evitar su triste aspecto

procuro mirar solo al edificio,

veo lo desalojan a porfia,

y está casi del todo desguarnido.


Yo por no ver tan triste descalabro

hacia el jardín me dirijo,

y lo encuentro cubierto ya de luto;

pues sus flores hermosas han salido

(Pág. 5) de él; que sin dejar ni las raíces

se dieron al primero que las quiso,

cual bienes de un país ya conquistado,

cual si fueran hacienda de perdidos.


Sabiamente sin duda se dispuso

que salieran cuanto antes de este sitio;

pues es claro no dicen bien las flores

donde todo es disgusto desmedido

antes si aquí se hallasen al presente

hubieran su hermosura ya perdido,

de por si ya se hubieran marchitado,

y entre tanta tristeza deslucido.


Solo ahora se ven excavaciones

en lugar de alhelíes y de lirios

y otras flores que acaso ha pocos años

ordenara el esmero de Ramilio.


De la desolación un triste cuadro

presenta del jardín solo el recinto;

y sigo por no verlo presuroso

y hacia el prado mis pasos encamino.


Entro en él y a regarle con mi llanto

me paro y tal me encuentro que imagino

que el torrente que cae de mis ojos

de la yerba el verdor vuelve pagizo.


Del océano vasto que lo cerca

me siento en las orillas ya rendido,

y asombrado contemplo las escenas

que natura presenta en aquel sitio;

más ni aún hallar así puedo infeliz

a mi pena y dolor algún alivio:

antes bien me figuro que las olas,

que encrespadas se levan al empiezo,

y hacia a mi furibundas se dirigen,

(Pág. 6) intentan abrazarme a sus dominios

y por orden de un Dios que he enojado

sumergirme del mar en los abismos.


Me levanto al instante, y presuroso

a lo interior del prado me retiro,

y a sentarme y llorar torno de nuevo

sin que sienta el consuelo más mezquino

que ni aún del jilguero y la calandria

resuenan (cual solía) el dulce trino

aquí, do entronizada la tristeza

los mandó ya salir de sus dominios.


Tan solo de la tórtola viuda

algún ay lastimero yo percibo:

o del fiel ruiseñor que triste canta

de un hoyo en lo profundo sumergido,

y cubierto de arbustos mil frondosos,

suena de cuando en cuando en mis oídos

la voz suave y lúgubre, y los ecos

de estos dos más avivan mis sentidos

a percibir la angustia que me aqueja.


Y pues cuanto a la vista y el oído

se ofrece mi dolor más acrecienta,

suspiro por la noche y la suplico

que tienda ya su mano tenebrosa

sobre todo lo que hay en este sitio

por no verlo, y además con su silencio

me prive el percibir ningún sonido.


Ya la acuso de tarda y perezosa

Impaciente y en llanto derretido

un día para mi es cada instante

cada hora que pasa un largo siglo.


Llegan por fin las sombras suspiradas

(Pág. 7) y a su llegada pronto me retiro

a mi estancia y humilde pido al sueño

que mis párpados cierre compasivo.


Y para que a mis penas nada falte,

ni me es este consuelo concedido ;

pues que solo dormí breves ratos,

y dormitando iluso me imagino

que vivo en aquel tiempo venturoso,

y sentado a la paz de mi Ramilio,

de su lira muy dulce y melodiosa

estoy oyendo el eléctrico sonido,

y lo acompaño a veces con mi canto,

y a que el también lo haga yo le excito.


Más es esa ilusión muy momentánea;

pues que mi corazón nunca tranquilo,

antes siempre agitado fuertemente,

da muy de poco en poco unos latidos

extremados, que al punto a la vigilia

me reducen, y dan al tiempo mismo

un repentino y triste desengaño

en ver con evidencia fenecidos

los halagüeños días de mis glorias,

del presente tan otros tan distintos.


Y a la comparación de estos extremos

que al alma así se ofrecen reunidos

me hace sentir mi mal por duplicado,

contemplándolo a par del bien perdido.


Por manera que en todo cuanto busco

a mi acceso dolor un lenitivo,

en todo hallo causales que lo aumentan,

y lo hacen mas y mas intenso y vivo.


Y viendo que en lo humano no hay remedio

(Pág. 8) a mis penas buscarlo en lo divino

me revuelvo, y activo me levanto,

agitado y muy trémulo me visto,

y en medio de la noche silenciosa

voy al templo devoto y compungido

y andando por el claustro solitario

solo de mis pisadas el ruido

siento, y de mis hermanos infelices

(cual yo) de cuando en cuando los suspiros

que lanzados de adentro de las celdas,

penetrando todo, en mis oídos

y alma también penetran, y me excitan

a que los acompañe con los míos.


Sigo pues suspirando como aquellos,

y sin que vea a penas el camino;

por que sola la luz escasa y triste

de un lejano farol casi extinguido

es norte de mis pasos vacilantes;

y aunque no sin trabajo al fin arribo

a la puerta del templo. En sus umbrales

de un súbito terror soy sorprendido,

que pasar adelante no me deja:

y hincado de rodillas allí mismo,

ante el solio de Dios de amor postrado,

su sabio y justo enojo solicito

mitigar con mis ruegos: pero en vano

cual verás por lo entonces sucedido.


Y fue, que el Dios habló, y el mar undoso ,

que en aquella sazón enfurecido,

elevando sus olas sobre el templo,

al parecer quería sumergirlo

en su piélago inmenso, humilde escucha

la voz del Criador; y su dominio

(Pág. 9) supremo reconoce, y lo protesta,

de repente quedándose tranquilo

en apacible calma, y en silencio

que no fue en largo rato interrumpido.


Retemblaron del templo las columnas,

y mi cuerpo ha vahado con sudor frío,

y se erizaron todos mis cabellos,

y, cual si de accidente convulsivo

afectado me hallase, se estremecen

mis miembros del terror sobrecogidos.


Y en este estado a mi otra imponente

majestuosa voz se ha dirigido,

y a lo que entender pude; fue formada

en lo interior del templo que me dijo:

“huye de este lugar monje indevoto

flojo y muy descuidado en mi servicio.

No con profanas plantas ollar presumas

ya más la santidad de este recinto,

cuyas puertas cerradas desde ahora

en adelante quedan a los tibios.

Huye pronto de aquí, que vienen tarde

todos, esos sollozos y suspiros.

Deja este sitio ya, pues que no es tuyo,

ni para ti fue hecho el domicilio,

que a sola la virtud pía y ferviente

consagró la piedad de los antiguos.

Sal del cuanto antes . No hay recurso.

No porfíes en vano . Ya está escrito”.


Con el asombro inmóvil largo tiempo

en el mismo lugar he persistido

sin dar acción de mi, más recobrado,

atento reflexiono lo que he oído,

y conozco mi mal irremediable;

(Pág. 10) y en sollozos de nuevo me derrito.


A las mientes muy luego se me viene

imploran el augusto patrocinio

de la que a un tiempo es madre y pura virgen

dulce consoladora de afligidos.


Y en su excelsa piedad esperanzado

mis súplicas humilde le dirijo

y el dorado limón donde allí se encierra

la Divina María desunido

se abre en dos mitades. Dora el templo

celeste resplandor, que es despedido

de aquel cuerpo sin par bello y glorioso

que es ornamento y gala del Olimpo.


Nunca es mi fantasía una belleza

tan viva y fuertemente se ha impreso.


Ni basto a describirla, ni bastaría

si de Herrera, León y el gran Batílio

en uno los ingenios hoy juntado.


Que no hay blanco de nieve por más fino

que al de su tez merezca compararse


Y el pimpollo más fresco y más lúcido

que ante el naciente sol despliega alegre

su capullo no ofrece un colorido

tan grato como el que orna sus mejillas,

que es todo celestial, todo divino.


Sus dos delgados labios se aventajan

en color al coral más exquisito

y forman una boca chica y bella

que de todas las gracias es el nido.


Brillan encantadores sus dos ojos,

y son en el mirar tan expresivos

que de la lengua exceden la energía

y lo más animado del estilo.


(Pág.11) Blanca, tersa, brillante y espaciosa

es su frente divina. Y repartidos

con desdén primoroso sus cabellos

en dos madejas de oro fino;

le cuelgan encrespados por los hombros,

y formando graciosos mil (h)arillos,

dando así un realce inexplicable

a aquel sin par hermoso frontispicio.


Su airoso y largo cuello es blanca perla

embutida del oro en el tejido.


El aire y elegancia de su talle

no pueden explicarse. En fin, he visto

una beldad en todo sobrehumana

con diadema imperial, en que los brillos

de rubíes, diamantes y esmeraldas

forman el más hermoso y peregrino

contraste cual si viste estrecho rayo

del Sol, que es por el prisma transmitido,

que ofrece la más grata perspectiva

en lo bello y variado de los vivos.


Ni pretendas formar noción exacta

por lo que con sobrada inepcia escribo,

de tan rara beldad; que aunque indudable

me parece la viví, y la imagino,

no puedo describirla; que en lo humano

nada hallo a sus bellezas parecido.


Ella me mira tierna y compasiva

entre seria y risueña; yo he visto

en su frente pulida mi esperanza

escrita en letras de oro: la he leído,

y todo fue un instante; que muy luego,

y sin haber palabras proferido,

(Pág. 12) el dorado limón cierra de un golpe,

y se me oculta en él: además consigo

recoge la celeste refulgencia,

que hubiera todo el templo esclarecido.


Y de obscuras tinieblas rodeado

me quedé: y por un rato algún alivio

sentí con la esperanza lisonjera

que una mirada tierna me ha infundido.


Una tierna mirada que la hija

augusta de David me ha dirigido,

que lo que en su bellísimo semblante

(cual dije) me figuro haber leído.


Me lo figuro ¡ay! que acaso todo

fue desgraciadamente algún delirio

de mi imaginación acalorada

con exceso ¿Sería caro amigo...?


Así me lo temí, y fue muy luego

y así era preciso hubiese sido,

para que fuera efímero el consuelo

único entre disgustos tan crecidos.


Juguete del temor y la esperanza

mi corazón sensible es conmovido

desde que empecé a temer muy más que nunca

y soy más feliz por lo mismo;

pues la felicidad es más o menos

según que el corazón este tranquilo.

En tal agitación todo turbado

otra vez a mi estancia me retiro,

y me dejo caer en una silla,

sobre mi diestra trémula reclino

la mejilla del llanto jaspeado;

mi aciaga situación triste medito

y sacando aflictivas consecuencias

(Pág.13) de todo, en mi interior así me digo:


Al cabo es indudable, es más que cierto

que muy luego seré de aquí expelido;


y si no es ilusoria mi esperanza

cuando menos su término es ambiguo.


¿Pues que más? ¿Aún no basta por ventura

esto ha hacerme infeliz? ¿O necesito

más que verme privado con violencia

del bien que bajo el cielo más estimo,

y sin que sepa triste el sí, ni el cuando

tornaré a su goce: no es motivo

este a que yo termine mi existencia

en lágrimas copiosas desleído?


Y con esto de nuevo vuelvo al llanto

y cuando de llorar ya me fatigo

la excelsa y fusta mano que me azota

a besar reverente al fin me inclino.


De virtud por culpa mía

escaso me es sensible su castigo

muy más que era razón; mi sentimiento

es siempre amargo, intenso y excesivo.


Si exploro mi conciencia cuidadoso

(pues no dudo mis culpas son motivo

de tan duro pesar) a primera vista

se me pintan muy leves mis delitos.


No la inflada ambición me ha avasallado.

La soez y vil codicia ha sido

por mi de corazón abominada.


Fortuna caprichosa no ha podido

Con su soplo falaz desvanecerme,

pudo haberme halagado, no engreído.


Pues aunque fementida me ha encumbrado

encima de mis méritos, ha sido

siempre igual y constante mi carácter,

en clase humilde y alta fue el mismo.


(Pág. 14)Tampoco otra pasión más vergonzosa

y criminal, que al hombre parecido

hace al bruto, ha logrado envilecerme,

ni a su funesto encanto he sucumbido.


En sola la amistad honesta y pura

de mis caros hermanos he sentido

indecible placer. Solo su trato

a la par virtuoso, culto y fino

ha hecho mis delicias, y fue siempre

para mi irresistible su atractivo.

Su sociedad amable me bastaba,

ni apetecía más de lo preciso

á un decente pasar, parco y modesto

y he aquí mis deseos reducidos.


Tú, a quién mis sentimientos no se ocultan,

de todos mis afectos fiel testigo,

que la íntima amistad te mostró claros

sabes todo es así , yo seducido

de aparente virtud, me persuadía

los deberes de monje haber cumplido

sin mas que lo que dije; mas conozco

aunque tarde el error en que he vivido.


Conozco me ha faltado lo primero,

Lo que es del peligroso el instintivo

(como indica su nombre) que en el culto

me descuidé en extremo, fui remiso.


Una costumbre seca e indevota

me llevaba a los santos ejercicios.

Estuve a ellos si, más no sentía

Jamás mi corazón enardecido

del fuego que desciende de lo alto

al pecho generoso justo y pío,

ni yo lo he procurado cual debiera,

siempre en esto acidioso, siempre tibio.


Mi tupida oración fue nauseabunda

(Pág. 15) al Ser eterno, en ella le ofendido

muy lejos de agradarte. He aquí la causa

de mi desgracia, como el mismo dijo

(si no fue ilusión mía). He aquí cual fiera

me arguye mi conciencia contínuo.


Y escaso de virtud, aunque conozca

lo justo y razonable dl castigo,

mi padecer en nada se mitiga,

y en él toda la noche ha transcurrido,

en vigilia molesta e insufrible,

en un penar acerbo sin alivio.


Por fin el día infauto es ya llegado

su clara luz agrava mi conflicto

de confusión cubriendo el triste rostro

de llorar extenuado y consumido.


Ya siento agitación en todo el claustro,

me estremezco al sentirla, y el latido

fuerte del corazón la causa anuncia.


Del Dios de las venganzas los ministros

pisan nuestros umbrales, la noticia

se me transmite envuelta en mil gemidos.


Los jóvenes que ha poco sabiamente

abandonando un mundo corrompido,

sensatos se vinieron a estas casas

deseando a su inocencia eterno asilo,

se despiden de aquí para volverse

en peligrosa edad al mundo mismo.


Uno a uno penetran en mi estancia,

a mi cuello se cuelgan afligidos,

y lo estrechan con lazo cariñoso,

y mezclando su llanto con el mío

el muy terrible A Dios ya me dirigen

mil veces del sollozo interrumpido,

(Pág.16) que inhumano y cruel hiere de muerte

cual tiro de arcabuz el pecho mío.


Este golpe fatal de cada uno

de mis caros hermanos recibido

me puso en los umbrales de la muerte.


¿En donde estas ahora, dulce amigo?

corre a darme consuelo porque ahora

más que nunca me es preciso.


Ven, que el llanto me anega, desfallezco,

y el alma se me arranca de sus quicios.


Más ¿por quién clamo yo?...(¡Ay mi infeliz!)

¿A quien, Ay! delirante pido alivio?

¿A quien lejos de mi también padece

mi compañero en todo, igual conflicto?


Pero, Ay! conmigo en el aquí estuvieras!

¡Llorara yo a tu lado, y el dolor mío

adulara tu amable compañía!


Y pues ni aún me es esto permitido,

ni me es dado siquiera este consuelo,

¡Qué tanto es el rigor de mi destino!


Recibe la expresión de mis angustias,

pues, como nos enseña el dulce Ovidio,

de algún alivio es comunicarlas,

y a que este solo a mi fue concedido.


Y recibe en ellas el mas tierno

y patético A Dios del que sumido

en profundo dolor queda, y, cual siempre,

tu mas leal, constante, y tierno amigo.


F.F.A.P


Referencias

  1. Fernández de la Cigoña Fraga, Salvador, Despedida de Celorio. un poema en verso rudo, tosco y desabrido sobre la exclaustración de San Salvador de Celorio en Asturias, Studium Ovetense, 2008