Osvaldo Silva Castellón

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Osvaldo Silva Castellón estuvo comprometido desde su juventud con la pintura social, la enseñanza y la participación política. Ya desarrollaba una destacada labor académica, nacional, regional e internacional.

En 1973, mediante un decreto avalado por la Junta Militar, dió término a su interinato y le prohibieron el ingreso a los recintos de la Universidad de Chile en Antofagasta.

Posteriormente, fue desaparecido entre septiembre y diciembre del 74, luego de una angustiosa pesquisa, finalmente fue ubicado.

Salió al exilio primero a Costa Rica, donde ejerció como profesor de artes en el conservatorio Castella de San José y luego se instaló en Venezuela, en ciudad Guayana. Allí se incorpora como docente de Arte y Filosofía en el Centro de Recursos y Asistencia Técnica de Puerto Ordáz, incorporándose más adelante como docente y extensionista de la Universidad Politécnica de Guayana.

Ya en este punto poseía un gran compromiso con la enseñanza, que describió como un gesto de fraternidad “La tarea docente ha sido, por una parte un gesto largo de profunda solidaridad. Ha sido conducida inevitablemente por la causa de un hombre y su destino. Han sido entonces entrega y realización permanentes. Han sido, en fin, la experiencia de una paternidad figurada, expresada por vías de un sistema formal, sostenida, enriquecida por las respuestas de miles de almas tocadas por la palabra y acción de cuarenta años de trajinar aulas.”

En 1992 también escribió…”Si el maestro no hace de la palabra una génesis diaria de experiencia comunicacional, estará conduciendo a sus discípulos por territorios cargados de riquezas, pero ocultas al olfato del alma”.

A pesar de haber sido siempre muy académico, eso no le impidió explorar en nuevas formas de alcanzar sus expresiones artísticas, un ejemplo claro es que logró dominar a pulso el puntero de la computadora para darle vida a un instrumento en ese momento estéril e insospechado de creación, logrando dibujos de gran gama cromática, y fuerza expresiva. No había fronteras en la técnica, ya dominaba la acuarela, el óleo, el pastel, el carboncillo, el lápiz y la tinta, ahora también se apropiaba de los píxels, cuando a penas se había introducido la computación gráfica en América Latina, él ya había convertido este nuevo instrumento, en algo maleable, plástico, lleno de textura y vida.

Poco años antes de morir, pude compartir junto a él su espacio, sus ideas y sus lecturas, su trabajo, contemplar su actividad cotidiana. Era pacifico y silencioso, una persona contemplativa, pero siempre alegre y despierta, su silencio no le impedía estar atento a su realidad circundante. En el último periodo de su pintura, exploraba sobre las figuras abstractas que surgían caprichosamente de la acuarela, de las formas yuxtapuestas de color sobre la textura porosa del papel, él descubre sombras e imágenes que emergen como fantasmas, se convierten en dibujos que retoca y les daba forma con un bolígrafo de tinta negra.

Era también un apasionado por el cine, gracias a él descubrí por primera vez, el Terciopelo Azul de Lynch, la obra del cineasta y pintor que luego se convierte en un referente para mi obra.

En el último periodo, su actividad académica era intensa, sus exposiciones eran más frecuentes, tal vez porque ya avizoraba su propia muerte.

EL NORTE Y SU AÑORANZA

En 1990 retorna a Chile ya instaurado el pacto democrático, describe su sentir íntimo sobre el norte en el texto: Sueños, recuerdos y otras imaginaciones.

“Dieciséis años de ausencia de los aires, luces, arenas y aguas de este norte que durante tan prolongado lapso fue la esencia viva de la experiencia de haber existido siempre para la aventura de lo humano y sus múltiples circunstancias”

Osvaldo Silva Castellón, ya era un pintor y pedagogo de larga trayectoria, cuando se radicó definitivamente en la ciudad de Puerto Ordaz. A esta ciudad le regaló sus últimos días, no sin olvidar la añorada búsqueda por el retorno a su tierra chilena. En Venezuela se destacó por el trabajo como muralista a gran escala, pintó los muros de calles, colegios y espacios públicos diversos, con un claro y fuerte mensaje político-social que no dejaba de estar asociado a su propia lucha.

Como los pintores que le influyeron en vida, Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Sequeiros, pintó la realidad social latinoamericana, desde las luchas indoamericanas, hasta las corrientes reivindicatorios más recientes como el movimiento Zapatista.

Semanalmente escribía una columna en el Correo del Caroní, del diario local. Con su frecuente escritura se ganó un espacio privilegiado entre los artistas y pintores de la ciudad. Recuerdo que era frecuente salir a la primera actividad dominical, muy temprano por la mañana para revisar el ejemplar en el que se publicaba su columna semanal, dedicada, principalmente, a la crítica y comentario, motivado por la reflexión desde distintos flancos; la critica literaria, artística y cinematográfica.

Su pintura es muy difícil de encasillar, atravesó por múltiples periodos, transformaciones y experimentación, logró dominar más de una técnica. Una pintura esencialmente comprometida por los cambios de mentalidad en América Latina.

El artista testigo de su tiempo, reflexiona, avizora, ausculta las realidades más profundas de mi tiempo, de mis múltiples tiempos, de mi espacio vital y de tantos otros aprendidos, he ahí estas reflexiones, sin rencores ni osados estremecimientos. Sólo el recuerdo de una tarea. La noción que albergamos del vivir tiene ese sentido bifronte que no diverge, como la doble faz de Jano, sino representa el haber podido entrar en el juego de la realidad, con un accionar que duplica su potencialidad, convergiendo más bien con un sentido de pasión intensa.

Exigencia que pone los ardores del insomnio en la búsqueda de la esquina legitima y verdadera de todas las cosas. Que produce inevitablemente el ahondamiento de la honestidad, del rigor, de la exactitud.

Este es el artista, el hombre comprometido, el hombre entregado al arte y la enseñanza, Osvaldo Silva Castellón habitó, estas costas. Osvaldo nunca pudo regresar, sin embargo, queda su recuerdo y un amplio legado, pictórico disperso en todos los puntos cardinales de América latina.